Departamento de Lenguaje y Comunicación
El lenguaje y las formas de expresión que adoptan los hablantes han cambiado, no cabe duda, y lo han hecho de la mano de los recursos tecnológicos. El acto comunicativo propiamente tal, ese que proviene de la oralidad y del poder de la palabra hablada y que expresaba nuestros deseos, inquietudes, pensamientos y cuestionamientos más inmediatos, ha comenzado a decaer producto de la era digital, donde la palabra (hablada y escrita) pierde peso, o mejor dicho, cae también en un proceso de economía comunicativa, en la que los términos se acortan y mezclan con emojis, símbolos y signos de todo tipo.
Cristian Warnken lo advierte de esta manera, en una de sus columnas de opinión acerca del impacto de lo digital en nuestras vidas:
“Las tecnologías de la información han dado origen a la llamada cibercultura que ha transformado nuestra forma de comunicarnos y de informarnos, pero también está teniendo profundo impacto en nuestra manera de vivir, pensar y estar con los otros. Diversos autores han estudiado esta verdadera revolución comparable a la producida por la invención de la imprenta. Hay quienes valoran esta nueva ‘sociedad de la transparencia’ en curso –que hace más democrático el acceso al saber y al poder –, otros en tanto, advierten el peligro de que ésta se transforme en una sociedad del control: “incluso algunos hablan de una demencia digital”.
(El Mostrador. 22 de Abril de 2017)
Por otra parte, a juicio del destacado lingüista estadounidense Noam Chomsky, “El lenguaje de hoy no es peor que el de ayer. Es más práctico. Como el mundo en que vivimos”.
Pero, entonces, ¿Es malo adaptar el lenguaje a un uso práctico? ¿Estamos o no ante una decadencia del lenguaje? Según una investigación liderada por Connie Varnhagen, de la universidad de Alberta (EE.UU.), “(…) el lenguaje de los chats y plataformas webs no afecta en la escritura de los jóvenes, sino que más bien son el resultado de su conocimiento en la escritura. Adicionalmente, las abreviaciones u otros recursos que aparecen en los chats dan respuesta a la necesidad de inmediatez en las comunicaciones sin mezclar dicho medio con los otros escritos más formales, es decir, en un trabajo de aula no se va a usar el “q” o “:)”.
Pero si esto es así, ¿Cómo se explica hoy que tanto la comprensión como la producción de textos de nuestros estudiantes no sea satisfactoria? O ¿Por qué hay personas, adultas inclusive, que no saben diferenciar entre “ahí”, “hay” y “ay”? Para nosotras como docentes del área, la explicación es bastante más fácil de lo que aparenta. Sólo quien domina la lengua como sistema formal de comunicación y sus reglas de combinación, puede discriminar y hasta decidir relajar su uso, porque es consciente de que lo hace y logra adecuarse bien según lo amerite la situación comunicativa o el contexto. Sin embargo, la ignorancia respecto de las normas gramaticales, las estructuras textuales, e incluso el escaso dominio de un vocabulario formal, esto es, términos más precisos y abstractos, hacen que la capacidad intelectual de nuestros alumnos (y la de cualquier persona) se empobrezca y reduzca sólo a un uso limitado del lenguaje, no porque el hablante decida hacerlo, sino más bien, porque no puede hacerlo.
La incapacidad para verbalizar el propio pensamiento es lo más preocupante, porque restringe el avance intelectual. Se nota menos en el lenguaje verbal oral, porque es más instrumental y se combina con otros soportes que ayudan a la expresión, como el uso de gestos y movimientos corporales, pero es en la expresión escrita donde vemos realmente el problema, para el desarrollo y avance del pensamiento y para la continuación de estudios superiores que requieren de estas competencias.
Escribir es un camino para aprender, no una mera demostración de lo aprendido; escribiendo, nuestros alumnos ejercitan y desarrollan la capacidad de pensar por si mismos, pues en ese proceso clarifican y hacen comprensibles sus ideas e inquietudes más profundas, sus sentimientos y emociones, su imaginación y creatividad.
Pese a lo que muchos puedan pensar, la escritura coherente y expresiva del pensamiento, no está pasada de moda. Renunciar a ella por la comodidad de la inmediatez comunicativa, sólo hipoteca el avance intelectual de nuestros estudiantes. Por eso es importante escribir y escribir bien.